miércoles, 6 de agosto de 2008

Bla, bla, bla...


Knowledge speaks. Wisdom listens.
-- Jimi Hendrix.

No hace mucho participé en una mesa panel de compositores chihuahuenses. Asistí con cierta renuencia, desconfío de la validez de estos eventos. Antes de poder ser malinterpretado debo decir que no desconfío de la gente que los organiza, de hecho agradezco a quienes me invitaron en esta ocasión. Desconfío de los participantes.

Me adelanto de nuevo, no critico o pongo en tela de juicio a quienes van a hablar de su obra, yo lo hice, sino al hecho de sucumbir ante la seducción de hablar. Así es, hablar. Lo más fácil es hablar, y en este caso cargar de importancia las palabras por el sólo hecho de estar sentado a una mesa con el nombre al frente y una botellita de agua, lo cual los demás asistentes, los mortales, no tienen. En pocas palabras, esta situación da poder.

Eso sí, no confío en la gente que necesita y busca poder. Se puede pensar que poder es igual a tener mucho dinero y contacto con otros que tienen poder, pero no, la forma más sencilla de poder es imponerse a alguien más. Una persona que tenga aunque sea un poco de influencia sobre otra puede transformar la situación en una de poder (o por lo menos intentarlo). No es raro ver que esto suceda, por ejemplo, en el salón de clase.

¿Debe el autor hablar de su obra? Depende, pero creo que por lo general no. Usualmente es un acto de vanidad, y por lo tanto banal. El artista, el verdadero artista, no debe tener la necesidad de hablar sobre y explicar su obra.

Cometí el pecado: hablé de lo que no debí haber hablado. Me sentí incómodo y deshonesto al hacerlo. Limité mis palabras, pero no lo suficiente. ¿Por qué no? No era conciente de ello, no totalmente. De algún modo sentí que debía hablar, que debía explicarme. Pero me equivoqué. Las convenciones y los hábitos sociales nos hacen no cuestionar muchas cosas, entonces las hacemos pensando que así son y que están bien. Pero precisamente esa es una de las principales responsabilidades del artísta, cuestionar. Por lo tanto, sucumbir así es un acto de autonegación.

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