miércoles, 11 de marzo de 2009

El Bien y el Mal

Alguien me dijo hace unos días que el bien y el mal no existen. La conversación giraba (y vaya que giraba) alrededor de un caso que, entre otras cosas, presentaba abuso infantil. Se me argumentaba que dichos comportamientos son, en este caso particular por lo menos, resultado de una patología derivada del abuso que el mismo abusador sufrió en la niñez. Esta patología, por un lado, desencadena una especie de impulso incontrolable de hacer daño, de repetir la desafortunada situación de la infancia; por otro lado, se me informa, la noción del bien y el mal queda rebuscada de tal forma que, para una persona así, su comportamiento no es necesariamente reprobable, sino que puede inclusive creer que actúa correctamente. Por lo tanto, la noción del bien y del mal es una ficción, ya que todo es subjetivo.

Estoy en total desacuerdo. Lo subjetivo y lo relativo son, a mi juicio, la máscara característica de la actualidad. Esta es una actualidad desinteresada del humanismo e interesada en todo aquello que es encasillable. Las verdaderas cuestiones humanas escapan la categorización, mientras que lo demás, lo superfluo, es empaquetable, vendible como producto o servicio (buena parte de la educación actual califica como lo último). Es común, por lo tanto, permanecer en un estado de falta de compromiso, manteniendo un nivel básico de ideas y pseudoteorías de fácil digestión y adaptación a esquemas lógicos, lo cual facilita su traspaso (de mente en mente) y adopción.

El bien y el mal existen, y la línea que los separa no es tan borrosa como muchos quieren pensar. Esta máscara de subjetividad y relativismo es sólo una justificación. ¿De qué? De lo que hacemos o podríamos llegar a hacer. Pero desde luego, como dice Rob Riemen en su Nobleza de Espíritu, nadie puede poseer la verdad del bien y el mal. Es una búsqueda perpetua, un diálogo no sólo con el mundo, sino con uno mismo.

La misma falta de compromiso que lleva a la justificación de casi cualquier cosa la vemos en ámbitos de la vida menos drásticos en apariencia que, por seguir con el ejemplo mencionado, el abuso infantil. Es lamentable ver esto en el arte, por ejemplo, donde los participantes gustosamente se ponen la máscara y se deslindan de responsabilidad. ¿Qué decir si todo ya está dicho? ¿Qué nos queda más que repetir los logros del pasado? ¿Por qué entonces no aprovechar la situación, adaptarnos y vender obra basándonos en estos preceptos? ¿Y qué mejor que justificarnos teórica y académicamente?

Podemos pensar que los detractores del humanismo, del arte, son aquellos que lo minimizan, lo ignoran o abiertamente lo atacan. Pero en realidad sus enemigos más corrosivos se dicen artistas y trabajan bajo la bandera del arte. Yo no creo en banderas, creo en las personas íntegras que buscan la verdad y distinguen entre el bien y el mal.