domingo, 18 de abril de 2010

El Mozart que no se quiere ver (y menos escuchar)


Los festejos del llamado "Año Mozart" en el 2006 propiciaron un incremento de comentarios sobre el compositor, desde los adulaores hasta los corrosivamente críticos. Pero no sólo en ese año se presentaron los ataques, simplemente fue entonces cuando la furia se desató.

Se ha convertido en cliché lamentable el creer que los que admiran la música de Mozart son aquellos con tendencias academicistas o conservadoras, mientras sus detractores son supuestos rebeldes. No dudo que una buena parte de aquellos a quienes no se les cae de la boca el nombre de Mozart sean mentes academizadas y de buenos modales artísticos, pero igual son, aunque encubiértamente, muchos de aquellos críticos (o criticones) que se dicen o sienten rebeldes de la música. Estos falsos
enfants terribles le tiran a los blancos más susceptibles que son los estereotipos, y eso han querido hacer de Mozart. "Ligero", "superfluo", "banal": todo lo que ellos no quieren ser y probablemente sean.

Contrario a la creencia habitual, la música de Mozart no es tan fácil de escuchar. En buena medida Beethoven se encargó de que así fuera, ya que impuso las nuevas expectativas musicales que el escucha habría de tener. Mozart, a diferencia de Beethoven, no se impone. Sólo está ahí, presente, siendo. No es que no exija, lo hace, y mucho, por eso no es tan fácil como parece, como lo quieren hacer parecer. Rebelde sin causa se podría decir, rebelde por él y para todos; no por ideología sino por libertad. Ese es un verdadero rebelde.